El año del gran eclipse total: eso iba a ser el 2019 para el país andino. Pero las manifestaciones que comenzaron hace casi un mes le cambiarán esa identidad. La prestigiosa escritora chilena entreteje el fenómeno natural con las protestas para contar cómo los ojos heridos miran las formas posibles de su país al abrirse a otro futuro

Foto de Jean Espinoza, de 22 años, posando para una fotografía en un hotel en Santiago, Chile. Nov 11, 2019. (REUTERS/Jorge Silva)

Se suponía que el 2019 iba a ser para Chile el año del eclipse solar. De hecho ese evento astronómico convocó transversalmente a toda la ciudadanía. Una fuerte difusión científica nos fue guiando para comprender el fenómeno, el eclipse solar total, que se da cada 140 años en el mismo lugar y que desde el país tendría una visibilidad privilegiada. Así aprendimos que un eclipse total de Sol se produce cuando la Luna cubre completamente al Sol, proyectando una sombra en la superficie de nuestro planeta, que se llama umbra. O que el diámetro del Sol es 400 veces mayor al de la Luna, pero a su vez está ubicado 400 veces más lejos.

El 22 de julio a las 16:38 hrs. todo el país se detuvo (las oficinas, las escuelas, el comercio) y coincidió en mirar al cielo, provisionados de lentes especiales, para dejarnos invadir por la oscuridad de un minuto y 52 segundos. Pero mirar al sol durante un eclipse no es inocuo. Una campaña llamada “eclipse seguro” nos instruyó sobre cómo cuidar nuestros ojos. Por ejemplo, se daba la orden “No mirar el sol a través de una cámara, teléfono, binocular, telescopio o cualquier otro dispositivo óptico sin que tenga un filtro solar certificado para este uso”. También se insistía en asistir a los más jóvenes, “cuidar que los niños utilicen de buena forma la protección ocular y siempre bajo la supervisión de un adulto”. Ahora que en Chile, fruto de la represión en las marchas ciudadanas en el contexto del estallido social, hay 204 casos de jóvenes con lesiones oculares gravísimas, provocadas por la policía, pienso en la crueldad de la paradoja.

Performance en solidaridad con Gustavo Gatica (Reuters)
Performance en solidaridad con Gustavo Gatica (Reuters)
Porque han sido adultos, policía o fuerzas especiales dotadas de balines, quienes han estallado esos ojos jóvenes. Los casos han puesto en alerta a las instancias que resguardan los derechos humanos.

Se supone que los balines son herramientas disuasivas en disturbios, pero usados a corta distancia son dañinos o mortales. Se comprende que nunca deberían ser disparados a la cara pero muchos de los afectados dicen haber visto cómo les apuntaron directo al rostro a unos metros. Y se dice que son de goma, pero las pericias médicas hablan de acero. Es tan inédita esta crisis que el mismo Colegio Médico llamó a eliminar los perdigones en medio de una crisis sanitaria sin precedentes.

Aaron Vega, de 29 años, llega a la sala de emergencia del área de oftalmología del Hospital del Salvador en Santiago de Chile, el 12 de noviembre de 2019. (Reuters)
Aaron Vega, de 29 años, llega a la sala de emergencia del área de oftalmología del Hospital del Salvador en Santiago de Chile, el 12 de noviembre de 2019. (Reuters)
Nadie nunca pensó que el estallido social traería un estallido ocular. El viernes 8 de noviembre se llegó a un caso bárbaro. Un estudiante, mientras participaba de la marcha en Plaza Italia, recibió dos balines lanzados por Carabineros, que se incrustaron en sus dos globos oculares. Desde entonces, el joven Gustavo Gatica ha sido sometido a varias cirugías. Los médicos constataron el daño irreversible en su ojo izquierdo, e intentan recuperar la visión parcial del otro. Desde el hospital, envió, por medio de su familia, el siguiente mensaje: “Regalé mis ojos para que los otros despierten”.

Una joven usa un parche en un ojo en homenaje y apoyo a Gustavo Gatica, el joven chileno que recibió impactos de balines arrojados por los carabineros en ambos ojos (Reuters)
Una joven usa un parche en un ojo en homenaje y apoyo a Gustavo Gatica, el joven chileno que recibió impactos de balines arrojados por los carabineros en ambos ojos (Reuters)
Ese ha sido uno de los lemas principales de este movimiento, #ChileDespertó; eso es lo que se corea en las manifestaciones, en las asambleas, en las coreografías, en los conciertos al aire libre, y es lo que se escribe en los muros y en las redes sociales. Sin embargo, este despertar ha sido bruscamente oscurecido por las cifras de muertos, heridos, desaparecidos y torturados.

Un eclipse obliga a mirar de otra forma: cuando algo se cubre, algo se revela. Es inquietante ver apagarse el sol en pleno día. Trae consigo el descenso brusco de la temperatura, el océano se retira en pleamar, los animales se desorientan (los pájaros buscan sus nidos, asoma el canto de los grillos). Es comprensible que, hasta que la ciencia explicara el fenómeno y fuera difundido, los eclipses inspiraban temor. Hay que pensar la influencia del Sol y la Luna, sendos astros que han sido dioses, como fuerzas sobrenaturales que afectan tantas áreas de la vida.

Manifestantes se solidarizan con Gustavo Gatica en Santiago (Reuters)
Manifestantes se solidarizan con Gustavo Gatica en Santiago (Reuters)
Del eclipse recuerdo una franja de luz, un cuerpo que se superponía a otro. Pienso que en las marchas ciudadanas superponemos nuestros cuerpos, gritamos las palabras atoradas en la garganta. También somos cuerpos superpuestos cuando nos reunimos en los cabildos, en las asambleas del barrio u organizadas por oficios (personas de la salud, profesores, escritores, etcétera). Superponemos miradas, experiencias, humillaciones, dolores y nos ensombrecemos y nos iluminamos alrededor de plazas convertidas en pequeñas polis. Haciendo del caminar una resistencia política y del golpeteo a la cacerola, un ritmo familiar. Y, a partir de esa superposición vamos tomando esa forma: una comunidad que une las hebras del dañado tejido social deseando otro horizonte (“no nos soltemos, nos costó tanto encontrarnos”). Porque por décadas el horizonte fue trazado por la inescrupulosa “mano invisible” del mercado que ha hecho los negocios más lucrativos de Chile con las áreas más sensibles de la vida: vejez, salud, educación, desplazamiento y ecosistema. La desigualdad es un cáncer social que carcome, una gangrena que daña todo el cuerpo social.

(Reuters)
(Reuters)
En este período improvisamos planes vitales día a día, reuniéndonos con conocidos y desconocidos, caminando por otras rutas, expectantes, cansados, agobiados, esperanzados. Ahí estamos todos caminando a tientas.

Trato de pensar en mi eclipse personal mientras leo el periódico. Se prende la luz para conocer las cifras de la economía, la mayoría de las veces reservadas para los expertos, como si fuera posible cuantificar el malestar. Me entero que el sistema de pensiones se rige por la expectativa de vida 110 años de sus afiliados (una mujer sostiene una pancarta: “Suban las pensiones de hambre o aprueben la eutanasia”). Que las grandes empresas pagan demasiados sueldos mínimos (no queremos más “dueños de Chile”). Aprendo que un 1% de la población concentra el 25% de la riqueza del país (que grosera esa “ley del chorreo» (N. de la R: derrame, en algunos países”). Que el transporte público, el metro, subvenciona al sistema privado de los buses. Que el sistema de impuestos es demasiado poco beneficioso para los pequeños y medianos comerciantes. Que el sistema condona las deudas de una empresa de ropa pero no a los alumnos a los que se les obligó a tomar el crédito aval del estado para estudiar con deudas por 20 años (“No + deudores CAE- fin a la educación social de mercado”). Y más, leo que los medicamentos administrados por otro sistema podrían costar siete veces menos (otra pancarta dice: “No lucho por mi quimioterapia sino por una vida digna”). De reojo veo a arder algún edificio de la ciudad y confundirnos entre las llamas televisadas.

Sebastián Piñera, presidente de Chile, en el mes de julio, el día del eclipse (Agencia)
Sebastián Piñera, presidente de Chile, en el mes de julio, el día del eclipse (Agencia)
Mirar el sol con los ojos abiertos encandila, es un blanco enceguecedor. Ajustamos las pupilas. Somos ojos inyectados de rabia, ojos vidriados, estallados, punto ciego, visión borrosa. Párpado, pestañas, retina. Y somos testigos de algo que parecía imposible hace 26 días: el llamado a plebiscito para dar fin a la constitución de 1980 heredada de la dictadura y crear fórmulas sociales para su redacción. Una constitución en sí no basta para responder a las urgentes demandas ciudadanas pero permite diseñar otro futuro sin tantas perjudiciales amarras.

Nada ha sido entre un abrir y cerrar de ojos, muy por el contrario. Pienso en la ofrenda de los ojos de Gustavo Gatica como en esos ritos de sacrificio de los pueblos antiguos. Pienso en el sol sobre las cabezas en las marchas. Los eclipses y las rebeliones sociales son enigmáticas y tienen una fuerza que marca un punto de no retorno. Por fin se va retirando de escena el legado de Pinochet. La voz ciudadana ensaya su escritura en un nuevo mapa de navegación. Ahí está la página en blanco: #ojochile.

*Andrea Jeftanovic nació en Santiago de Chile. Es autora de Escenario de guerra, Geografía de la lengua, No aceptes caramelos de extraños y Destinos errantes. Se cuenta entre las autoras más destacadas de su generación y ha ganado, entre otros premios, los del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y del Círculo de Críticos de Arte de su país. Su trabajo ha sido traducido e incluido en antologías internacionales. Divide su tiempo como investigadora en la Universidad de Santiago —se doctoró en la Universidad de California, en Berkeley—, autora de trabajos periodísticos —para El Mercurio, Letras Libres y Quimera, entre otras publicaciones—, especialista en dramaturgia y narradora. Su próxima obra se titula Cuaderno de crianza.

 

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